martes, 5 de junio de 2012


El Araguaney es una extraordinaria representación, de lo que significa para nosotros los venezolanos nuestro terruño. Colores, olores y sabores de nuestra tierra, se unen para elaborar con pasión una inmensa gama de productos y propuestas, desde distintas latitudes de nuestro país y del resto del mundo. Los venezolanos que aquí seguimos apostando por esta hermosa tierra y los que desde lejos se complementan con otras culturas, enriqueciéndose de todas ellas, todos juntos representando a una sola nación colaboramos para crear una marca y un producto bajo el sello: "Hecho en Venezuela" y "Hecho por venezolanos", que resurge de manera sorprendente, en una época de nuestra economía donde la materia prima es bastante escasa, y de igual manera nos encontramos con una cantidad inimaginable, de diseñadores y emprendedores quienes con una creatividad inigualable se dedican a manufacturar desde un escapulario, hasta sembrar y cosechar uno de los mejores chocolates del mundo y ni hablar de la elaboración de vinos galardonados a nivel mundial. En lo particular, en estos dos últimos años he descubierto un mundo infinito de cosas de las cuales, algunas no sabía de su existencia y de otras no tenía una idea clara en qué consistían o para que se hacían, y casi todas se concentran en dos palabras, las cuales por si solas dan una idea de lo complejas y extensas que  pueden llegar a ser: VITICULTURA y ENOTECNIA. Meses de investigaciones, reuniones de estudio, trabajos, exámenes, resúmenes, guías, cuadros comparativos, mapas mentales, estadísticas, esquemas, búsqueda de espacios para organizar catas y cualquier otra herramienta que nos sirviera de guía para tratar de aprender, memorizar, pero sobre todo entender, el complejo mundo del vino. Cuando me inscribí en el curso de la Academia Venezolana de Sommelier, JAMAS! me hubiese imaginado todo lo que esa cultura vitivinícola abarcaba, mientras más estudiaba, mas me daba cuenta de mi ignorancia en la materia, la sensación era dulce y amarga a la vez, pero al transcurrir de los días mas crecía mi interés por el vino, de saber más para disfrutar mejor, de elegirlos con seguridad y servirlos con propiedad y a la vez hacerlo de la manera más placentera posible. Aprender a armonizarlos tanto con los platos habituales de nuestra cocina tradicional, como con los platos más variados de la comida internacional. Concientizar que no hay mandamientos ineludibles a la hora de crear armonías o maridajes triunfales, ya que en el terreno del gusto, se desmoronan las ideas fundamentales y cada vez con más insistencia se invita a la experimentación para encontrar las mejores alianzas y finalmente descubrir que la armonía es el placer más deseado, cuando se acompaña un vino y un plato. Cuando descubrimos que un vino nos habla de la tierra donde fue elaborado, de la cultura que lo propicio, de las uvas que se utilizaron, de los esmeros recibidos, cuando entendemos que detrás de una copa pueden aguardar desde tradiciones centenarias hasta la pasión de quienes procuran cosechar las mejores uvas, todo esto potencia el disfrute y ayuda a valorar más cada copa de vino... Los vinos viven, evolucionan y mueren. Y en el camino, son generosos cuando se les cuida bien, posiblemente frágiles, al recibir malos tratos. El mismo vino que se guarda bien, se sirve en una copa adecuada y a la temperatura correcta, mostrara su esplendor con más ánimo que el mismo que no se haya cuidado con similares rigores. Vale la pena ofrecerles los consentimientos que requieren, para que nos regalen lo mejor de sí mismos. La clave del disfrute esta en entender que el vino es placer y el conocimiento progresivo de él, lo potencia, pero no hay nada más cierto que para aprender de vinos, hay que probarlos. Y cada vez es más frecuente la consigna entre entendidos de que: Él mejor vino es el que a usted más le guste en la ocasión elegida!
Hecho en Venezuela:

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